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Tal y como eres.

PRÓLOGO

Gorda, gorda, gorda...

Miré hacia mis manos dónde estaba mi bocadillo a medio comer como si fuera algo asqueroso. Mi visión estaba casi nublada por las lágrimas, que no dejé que se escaparan por no avergonzarme aún más.

Gorda, gorda, gorda...

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Giré mi cabeza de derecha a izquierda mirando a mí alrededor, sintiendo como todo mi cuerpo se contraía al verlos, sombras, risas, dedos señalándome. Me levanté del banco y anduve con decisión. Vi el fondo de aquel cubo, donde había papeles de aluminio hechos bola, clínex sucios y envoltorios de chucherías y suspiré con pesadez. Desvié mi mirada de nuevo hacia mi riquísimo bocadillo de chorizo y lo arrojé a la papelera con fuerza.

Gorda, gorda, gorda... 

Los ojos me picaban y las voces no se callaban, aun cuando les di el gusto de quedarme sin comer. Me tapé los oídos para así amortiguar la palabra que más odiaba. Pero nada. No conseguí que se callaran. Los murmullos traspasaban la piel de mis manos por más que apretara contra mis orejas. ¿Por qué no pueden seguir con sus vidas y dejarme a mí en paz? Crucé el patio lo más rápido que mis piernas me permitían.

Las voces me seguían y no quería ni mirar atrás. Mi meta era llegar a la clase donde la profe me protegería. El roce de mis muslos hizo que me doliera la piel y sabía con certeza de que cuando llegara a casa no podría ni caminar por la escocedura. Y todo por el ridículo uniforme del colegio que nos obligan a llevar: falda amarilla a juego con los calcetines altos y una camiseta celeste de manga corta o larga dependiendo de la estación del año. No usaba faldas más para el colegio y es obvio del por qué. Llegar a mi casa llorando de dolor y con las piernas abiertas para no rozarme más, era un suplicio. Hasta cuando en invierno me ponía medias o leotardos, me seguía haciendo daño.

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